viernes, 28 de marzo de 2014

TANTO MONTA, MONTA TANTO, FRANQUISMO COMO COMUNISMO SEGÚN PAWEL GRUSZKA




Al igual que en otras ocasiones, subo al blog de clase algunos de los mejores trabajos de los alumnos del Konopa. Este es un caso un poco especial, porque Pawel Gruszka actualmente estudia Traducción en Interpretación en la Universidad de Granada, sin embargo, sigue escribiendo artículos y trabajos muy interesantes relacionados con la Historia de España. Aquí un maravilloso ejemplo. Un trabajo que (casi) cada año os pido es una redacción en la que se compare la historia de España y la de Polonia tras la II Guerra Mundial hasta los años más recientes. Este podría ser un buenísimo ejemplo.
Y queridos alumnos, no os deprimáis al leerlo si pensáis que nunca podréis escribir como él... yo tampoco, porque, sinceramente ¡en esta vida solo hay un Pawel Gruszka! 
Yo he tenido la suerte de tenerlo como alumno y vosotros como compañero. Espero que os guste su redacción.



Paweł Gruszka, Cultura de Español                               
25.03.2014

Tanto monta, monta tanto, Franquismo como comunismo.  Resulta difícil empresa presentar de una manera históricamente objetiva a un personaje tan polémico como Franco en apenas una hora. No obstante, la compañía británica BBC asumió el reto.
Para mí, que soy decididamente reacio a los documentales totalmente crudos, sin ningún afán de presentar la historia de una forma embellecida, “Franco, detrás del mito” no fue sino una píldora de informacion para tragar y digerir. Con una simple presentación de acontecimientos que siguen el orden temporal uno puede obtener conocimientos básicos y un punto de vista bastante objetivo de un tema. En este caso, con un asunto tan controvertido, ¿no sería mejor conocer dos vertientes, una totalmente a favor y la otra, decisivamente en contra, para formar opinión propia conociendo bien los dos extremos?
Se presenta a Franco como un hombre tan fiel a sus ideales e ideas (no olvidemos que la Guerra Civil es considerada la última guerra de ideales, por lo que adquiere cierta dimensión épica) que resulat hasta excesivamente malvado en su ejecución. La película confirma lo que no debería sorprender a nadie, independientemente de su postura ideológica: Franco era del mismo molde que otros “grandes” que cambiaron el mundo manchando – figuradamente y, encima, con clase - sus manos con la sangre de muchos. Eran hombres con mucha disciplina personal y con tremendo empeño, pero carentes de misericordia. Tienen dudosa cabida las comparaciones de Franco con Napoleón: a pesar de su semejante altura y una edad excepcionalmente joven al conseguir el rango de general, su carácter les hacía actuar de maneras totalmente diferentes a la hora de tomar decisiones sumamente importantes. Franco padecía de una debilidad por actuar con afección (que no era nada raro en esta “guerra de ideales”). Por ejemplo, en vez de seguir hacia Madrid dirigió las tropas a Toledo para llevar a cabo el sangriento “ajuste de cuentas”. Por otro lado, Napoleón calculaba, se fiaba de la razón y llevaba a cabo todo con sangre fría teniendo en cuenta solo el puro lucro (hasta se divorció con la intención de obtener beneficios políticos y económicos).
No obstante, Franco, también a sangre fría, dejaba detrás de sí y su ejercito la tierra “limpia” de los enemigos, no se apiadaba de nadie. Ni lo hacía Napoleón. Llegaríamos así, pues, a la conclusión que ambos conseguían el mismo fin utilizando diferentes métodos.
Me resultaron interesantes y, espero, útiles, los datos chocantes (lo de que Franco era al principio reacio al golpe de estado) y triviales (desde quién y cómo eran sus padres hasta los lemas que le enseñaban a Cerillita en la escuela tras el desastre del 1898).
Estos últimos son los que constituyen el enfoque psicológico y sociocultural tan interesante, y a la vez tan importante a la hora de describir a un personaje de tal magnitud histórica como Franco. No obstante, es obvio que conocer las causas de un mal (aunque sea a fondo) no equivale ni a su erradicación ni su reparación. Lo que sí es cierto es que gracias a la información contextual resulta más fácil entender la historia, en la que son más importantes los mecanismos y las relaciones de causa y efecto que los meros acontecimientos y fechas.
En resumen, valga la redundancia, Francisco Franco poseía cualidades supuestamente buenas (como el apego a los ideales) que le permitieron llevar a cabo algo que era sin duda alguna funesto, pero que por su complejidad los historiadores no dejarán de debatir nunca.
Sin embargo, el asunto que en mi caso y a mi parecer es más oportuno y adecuado desarrollar en este trabajo es la equiparación de dos períodos que, indisputablemente, fueron tan difíciles y devastadores como cruciales para la formación de los actuales estados de España y Polonia: el franquismo en el primer caso y el comunismo en el otro.
Para empezar, conviene tener una idea clara y concisa de como era la situación de Polonia de los años 40. Cerca del final de la II Guerra Mundial el grupo denominado “Tres Grandes” que comprendía los líderes de los Países Aliados: Winston Churchill, Franklin Roosevelt e Iósif Stalin, organizó tres conferencias (en Potsdam, en Yalta y en Teheran) en las que, entre otras cosas, se sancionó al ejército nazi, se desmilitarizó Alemania y se delimitaron las fronteras de los países ocupados por la Unión Soviética durante la guerra. Así, en el mapa de Europa apareció Polonia tal como es hoy. Sin embargo el país, todavía tan débil y arrasado por la guerra, no pudo oponerse al sediento deseo del imperio ruso de tomarlo bajo su poder.
Apoyado por la Conferencia de Yalta y con gran satisfacción de Stalin, se instaló en Varsovia el gobierno provisional pro comunista “Partido Obrero Unificado de Polonia”. El resultado fue que el país se convirtió en la República Popular de Polonia, una esfera de influencia del nuevo poder soviético en el este de Europa.
A continuación voy a describir brevemente las características de la República Popular Polaca por temas, prescindiendo asimismo de la mayoría de las características franquistas: tanto para no sofocar al lector con demasiada información (supongamos que éste ya conoce el franquismo) como para cederle un cierto margen interpretativo.
Empezando por la economía, en la República Popular de Polonia llegó a estar definida como centralista planificada. El gobierno, que obviamente no era sino una prolongación del poder soviético, introducía planes y objetivos que el país debía cumplir. Así pues, entre los años 1947 y 1949, estuvo vigente el plan de “La revitalización de la industria y la economía”, luego entre 1950 y 1955 “El plan establecimiento de un País Socialista” etc. Obviamente, nunca se lograron ni la mitad de los fines previstos, pero sí se consiguió erradicar el comercio privado y el desahucio de la industria privada. Se introdujo la „Agricultura Colectiva del Estado”, donde todas las tierras y el trabajo de los obreros (que vivían en barrios edificados especialmente para este fin que ahora mismo constituyen espantosas reliquias de la época) pertenecían al estado. En los años 60 y 70, en el mismo período y más o menos de la misma manera en la que Franco construyó Benidorm y otras islas de turismo semejantes, en Polonia se inició una construcción en masa de viviendas. Para agilizar la industria, Edward Gierek, el líder del único partido político, contrajo una deuda con varios países. A finales de los años 70 el total del déficit ascendió a casi 25 millardos de dólares. Si España liquidó lo que debía de la ayuda internacional que recibió durante la Guerra Civil en los años 90, Polonia todavía tiene que devolver una parte considerable a Japón.
Con tanto dinero procedente de fuera la economía, que era ya de por sí muy inestable, se cayó en una tremenda inflación que llegó hasta tal punto que había períodos en los que el salario promedio no bastaba ni siquiera para hacer la compra de una semana. De todos modos, en las tiendas las estanterías estaban vacías, y si se llenaban era sólo por un momento.  Para conseguir los productos, incluso los más básicos, había que colarse en las inacabables filas de gente.
A causa de estos apuros a la que la sociedad se vio expuesta se creó el mercado negro, tanto de las cartillas de racionamiento como de las divisas (se establecieron algunas tiendas norteamericanas en las que se podía comprar electrodomésticos, pero hacía falta tener dólares, lo que sin la ayuda de los „gatitos” – casas de cambio ilegales y ambulantes – era, si no imposible, por lo menos muy difícil).
Cabe tener en cuenta que ni la censura ni la propaganda (ya sea soviética o, por otro lado, ansiosa de inculcar a la gente que „Rusia es culpable”) no varían mucho en cuanto a los métodos. No obstante, estos sí pueden ser llevados a la práctica con mayor o menor vehemencia. La versión de la historia que se daba en las escuelas era manipulada de cabo a rabo. A no ser que tuvieras la suerte de tener un profesor rebelde (o padres valientes y no rusificados), la imagen que tenías de la Rusia Soviética era la de un país salvador y protector, el porqué de todos los bienes. Gracias a la propaganda y a los muy bien emprendidos intentos de rusificación la Unión Soviética adquiría un valor casi paternal, por no mencionar el de Stalin.
Los conceptos como Katyń (el sitio donde, sin miramientos, en el año 1940 se fusiló a la gran parte de la inteligencia polaca) o el Pacto Ribbentrop-Mólotov (con el que un año antes se decidió el funesto futuro de Polonia) estaban a punto de desaparecer de la memoria  viva de la nación e incluso de la historia mundial documentada. Otra vez habría que mencionar a Orwell y su neolengua. Las cartillas de racionamiento, aunque consideradas un rasgo particular del franquismo español, eran también la pesadilla de las amas de casa polacas. Durante más de treinta años ensombrecieron la vida cotidiana y obligaron a inventar un tipo de comida que pasó a la historia como “wodzionka”, literalmente “agüera” = “sopa de agua”, una infusión de la piel de cebolla y/o ajo tomada con pan duro.
El movimiento clandestino surgió con gran fuerza como el resultado inevitable de lo que pasaba, aunque también es cierto, si profundizamos en la historia, que a los polacos esto simplemente les da placer. Lo que ahora experimenta la “generación de los plátanos” (apodada así por haber nacido ya en un estado de relativo bienestar) es el festival de padres, tíos y abuelos que presumen de su contribución a las fuerzas de oposición. Unos enseñaban clandestinamente la verdadera historia a los pequeños, otros divulgaban libros prohibidos (el ya mencionado Orwell) y algunos incluso hacían sabotaje en las cárceles para liberar a los presos políticos.
 En general, más que físicamente, se luchaba por la cultura.
 El punto crucial para comprender las diferencias entre ambos casos es la actuación de la Iglesia. Es aquí donde es más notable la diconformidad entre dos naciones en sus períodos difíciles y, en parte, actuales. 
Bien es cierto que en ambos países, igual que en las zonas del mundo más desarrolladas, hay una tendencia a la secularización de la sociedad. Aun así, en España las causas están más arraigadas en la historia, y no sin fundamentos. Ya que la Iglesia actuó durante numerosas décadas como una despiadada herramienta de la dictadura de Franco, no resulta sorprendente que gran parte de la sociedad le haya perdido el respeto. Mientras tanto, en Polonia la Iglesia luchaba en contra del régimen con mucho arrojo y hombro a hombro con la oposición clandestina. La Iglesia como institución, pero también como agrupación e incluso como edificio, constituía un refugio y baluarte para la gente. Por algo se fijaban los servicios de inteligencia sobre todo en los sacerdotes. Era de mucha importancia la actuación de los curas. Muchos sacrificaron sus vidas en aras del bien, algunos de ellos incluso consiguieron ser considerados mártires. Jerzy Popiełuszko, el ejemplo por excelencia, pasó a la historia por el valor de no ocultar sus valores.
La importancia del papel de la Iglesia en Polonia se manifiesta de forma clara en el punto álgido de la opresión soviética, momento a partir del que el país empieza a encaminarse hacia la mejora. Más o menos un año después de las primeras elecciones democráticas logradas por Adolfo Suárez en el Vaticano se le concede la tiara a uno de los polacos más grandes en la historia mundial. Karol Wojtyła, que hasta entonces no era sino un eclesiástico a quien le gustaba trepar por las montañas, tras un „habemus papam” se convierte en Juan Pablo II, el Papa cuyos discursos, actuaciones, sentido del humor, fuerza de espíritu y encantadora naturalidad permitieron creer en la libertad. Sin duda alguna fue el Papa que plantó la semilla de la democratización en Polonia. Sus anhelos tomaron cuerpo con los levantamientos obreros en los años 80 y gracias a la por entonces recién fundada federación sindical Solidarność, desembocó en la liberación del país de las manos soviéticas.
Aunque las circunstancias no eran exactamente las mismas (en Polonia no había a Franco y la dictadura que murieran) podemos observar que la mejora, que en la península requirió el momento oportuno y una gran destreza política de Adolfo Suárez junto con su talento y el tesón de seguir adelante, en Polonia se llevó a cabo más bien con las pasiones, sacrificios heroicos y discursos altisonantes tan típicos de este país y los así llamados “vientos de libertad” con los que “la patria flotó hasta la democracia”.
A pesar de todo, no es nada raro encontrar a ancianos que constantemente recuerdan el pasado y lo ven en color rosa. ¿Será porque coincidió con su dulce adolescencia? ¿O hay quienes tengan argumentos mucho mejor asentados en la razón? Acaso eran los desafíos de cada día que daban gusto a la vida y el pan de cada día que daba esperanza para un mejor porvenir...
Que suene como un cliché, pero apreciemos el tiempo y el lugar en los que se nos ha dado por vivir, con todo el abanico de libertades que eso incluye, bien sea por poder vagar por Mercadona repleta de productos o por poder escribir que Franco era un capullo malvado y pringado que ni siquiera en su malvada capullez no llegaba a la suela del zapato a Hitler o a Mussolini.

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